domingo, 23 de noviembre de 2008

Vaciando Cajones



Un sábado gris y una idea fugaz. Es mediodía y vamos a ordenar el cuarto. Más que el cuarto, los cajones. Más que ordenar, desechar aquellas cosas que ocupan un espacio valioso. Normalmente una vez al año nos sorprendemos de la cantidad de objetos inútiles que hemos acumulado en tan poco tiempo. Y también es muy curioso como ciertos objetos a los que les concedimos un rincón especial pierden el brillo, el color y el sentido.

Lo que pasó este año fue raro. Para empezar me sorprendió la cantidad de desperdicios alimenticios que encontré. Habían caramelos (de limón y hoja de coca), mentitas, chocolates, pastillas, chicles y hasta azúcar suelta (¿?). Después de comerme lo que no había vencido me di cuenta de que este año no había acumulado tantos papeles como de costumbre. Supongo que se debe a que ya terminé mi carrera y la universidad no me hace gastar cincuenta soles mensuales en separatas. De todas formas tenía cinco cajones que reclamaban un nuevo orden y yo tenía que dárselo.

Un poco de música de fondo. Charly, Bowie, Beck y algo de salsa antigua para animar la tarde. Empecé con las separatas. Separatas que nunca había leído y que guardé pensando en leerlas algún día. Separatas que había leído y que suponía que volvería a leer. Separatas sobre temas que pensaba que algún día se volverían a cruzar en mi camino. Pues boté casi todas las separatas. No les encontraba ningún propósito presente ni futuro. Solo veía utilidad en los folders que las albergaban. Quedó libre un cajón. Seguí con los cuadernos. Tantos cuadernos plagados de anotaciones idealistas y confusas. Ni que decir de los apuntes de clase. Desconocía cualquier tipo de recuerdo mío escribiendo en esas hojas. También noté que ningono de los cuadernos estaba completo lo que me molestó un poco. Pensé en los árboles y en el reciclaje. Más espacio libre. Así fui hurgando y encontrando mucho más. Pilas, disquetes, revistas viejas, manuales de manejo, relojes malogrados, anteojos de medida descontinuada, plumones que no pintaban, recortes de noticias que pensé que algún día serían historia, pavas casi consumidas, entradas a conciertos, boletos de combi, fotos de viajes, fotos de amores, cartas de amores, cartas de amigos, tarjetas de cumpleaños.

Obviamente muchas de esas cosas no tenían significado alguno para mi. De ellas no fue problema deshacerse, pero habían otras que si lo habían tenido… y uno muy importante. Ahora las veía, las tocaba, las leía, pero no era lo mismo. Algo había cambiado. Reconocía la letra, reconocía los rostros, pero ya no me decían nada. Es más, parecían recuerdos de recuerdos. Me di cuenta que los objetos que había guardado con tanto celo, sorprendentemente habían perdido su valor. Sabía lo que tenía que hacer y poco a poco esos tesoros fueron abandonando el lugar privilegiado que habían ocupado durante años. Es cierto, no todos abandonaron los cajones, definitivamente los más especiales se quedaron… los que me ayudan a entender mi presente.

Es jodido, porque mientras miraba esas bolsas negras bien cerradas me sentía algo vacío y solitario. Sin embargo, en ese mismo momento irrumpieron en mi mente las dos únicas verdades del día. La primera es que los recuerdos no pueden reciclarse y la segunda es que tengo más espacio que nunca en mis cajones.

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